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saturday hot. madame bovary - gustave flaubert

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tal vez la fantasía más antigua, -al menos documentada-, de tener sexo dentro de un coche o carruaje, la realizó el más famoso amante de todos los tiempos, el veneciano giacomo casanova con una de sus amantes según dejó constancia en sus memorias, las cuales fueron publicadas bajo el título de "histoire de ma vie" y que la televisión se encargaría de recrear.

pero donde aquella fantasía llegó a ser una de las más populares fue a través de las películas hollywoodenses ambientadas en la década del cincuenta del siglo pasado donde se explotaba la imagen de una juventud masculina rebelde que vestía casacas de cuero y pantalones de mezclilla, quienes con el cabello embadurnado con gomina, agitaba salvajemente las caderas al ritmo del rock 'n roll, cuya máxima aspiración era conducir un coche propio no sólo para trasladarse al lugar que quisieran, sino sobre todo, para llevarse a la novia de turno a algún lugar apartado frente al mar, el lago o el río y dar rienda suelta a sus más bajos instintos para -tal vez- alardear del hecho al grupete de amigos.

a caballo entre las experiencias amatorias de casanova y los chicos estadounidenses rockanroleros se encuentra la obra de flaubert donde la infiel emma agita todo su cuerpo y su alma al entregarse a su amante, un tal león, por las calles principales de parís.

fuente:
autor: gustave flaubert
obra: madame bovary (extracto) año 1856.
editorial: la oveja negra ltda. págs. 284 al 286.

había un chiquillo jugando en la plaza.

-¿quieres llamarme a un coche de punto? -le gritó.

el niño salió disparado como un cohete hacia la calle de quatre vents. emma y león se quedaron solos unos instantes. estaban uno frente a otro y se les veía algo violentos.

-de verdad, león... -dijo ella con aire melindroso-, es que no sé... creo que no está bien..., que no debo...

y luego, adoptando de pronto un tono más serio:

-lo que vamos a hacer no está bien visto, ¿comprende?

-¿que no está bien visto? -replicó él-. ¡pues en parís se hace como la cosa más corriente!

aquella frase impresionó a emma como un argumento sin vuelta de hoja.

el coche no llegaba y león tenía miedo de que ella se le volviera a meter en la iglesia. por fin lo vieron aparecer.

...

-¿adónde vamos, señor? -preguntó el cochero.
-¡llévenos adonde mejor le parezca! -contestó león, al tiempo que empujaba a emma dentro del coche.

el pesado vehículo se puso en marcha.
bajó por la calle grand port, cruzó la plaza des arts, el muelle napoleón y el puente nuevo y se paró en seco delante de la estatua de corneille.

-¡siga! -oyó que le decía una voz desde dentro.

el coche volvió a reemprender ruta cuesta abajo desde el cruce la fayette. luego se dirigió a galope hacia la estación de ferrocarril.

-¡continúe todo seguido! -oyó que le gritaba la misma voz.

el coche traspuso las verjas y luego, una vez llegado al paseo, los caballos se pusieron al paso por entre los altos olmos. el cochero se secaba el sudor de la frente. se puso el sombrero de cuero entre las piernas y, saliendo por varias bocacalles, guió el coche hacia la orilla del río, bordeando la hierba.
siguió todo a lo largo del río por un camino de sirga pavimentado con guijarros y luego anduvo un rato largo por la parte de oyssel, más allá de las islas.
luego se lanzó a trote tendido y cruzó quatremares, sotteville, la grande-chaussée y la calle de elbeuf. luego, al llegar delante del jardín botánico, se paró por tercera vez.

-¿no le he dicho que siga? -gritó la voz desde dentro esta vez más iracunda.

así que el coche, reemprendiendo su marcha, fue pasando sucesivamente por saint-sever, por el quai des curandiers y por el de meules, otra vez por el puente, por la plaza champs de mars y por detrás de los jardines del hospicio, donde tomaban el sol unos viejecitos vestidos de negro a lo largo de un terraplén lleno de yedra. tomó por el bulevar bouvreuil arriba, recorrió luego todo el bulevar cauchoise y por último todo el mont riboudet hasta llegar a lo alto de deville.
a partir de ahí ya dio la vuelta y se dejó ir sin una trayectoria fija, deambulando al azar de acá para allá. pudo vérsele por saint-pol, en lescure, en el monte gargan, en rouge mare y en la plaza de gaillard-bois, en las calles maladrerie y dinanderie, en saint-roman, saint-vivien, saint-maclou, saint-nicaise, en la aduana, en la base vieille tour, en trois pipes y por el cementerio monumental.

de vez en cuando, el cochero lanzaba desde el pescante miradas ávidas a las tabernas, sin ser capaz de entender aquella furia de locomoción que les había entrado a aquellos dos, tan reacios a pararse ni un minuto. a veces hacía una tímida tentativa e inmediatamente le respondía a sus espaldas una interjección colérica. así que volvía a arrear enérgicamente a sus dos jacos sudorosos, ya sin andarse preocupando de los baches ni de nada, bamboleándose de acá para allá, todo le daba igual, había llegado a un estado de desmoralización tal que casi se le saltaban las lágrimas de sed, de fatiga y de rabia.

y por el puerto, entre camiones y barriles, igual que por las calles, la gente abría unos ojos como platos ante el espectáculo insólito en provincias, de aquel coche de alquiler que aparecía y reaparecía una vez y otra, siempre con las cortinillas echadas, más cerrado que un sepulcro y dando tumbos como un barco.

en un determinado momento, a mediodía y en pleno campo, con el sol hiriendo de plano los viejos faros plateados, se vio aparecer por entre las cortinas de tela amarilla una mano desnuda. se abrió y dejó caer unos pedacitos de papel roto que se diseminaron al viento, volaron lejos y fueron a posarse, como mariposas blancas, sobre un campo de tréboles rojos en flor.

por fin, a eso de las seis, el coche se detuvo en una callejuela del barrio beauvoisine. se apeó una mujer con el velo echado por la cara y arrancó a andar sin volver la cabeza.

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